En el libro, La cámara lucida escrito por Roland Barthes, nos encontramos una
serie de crónicas y anécdotas, en su mayoría de eventos acompañados con imágenes,
que provocaron que el autor se cuestionara y comenzara esta lucha por lograr
describir y nombrar aquellos rasgos que hacen de la imagen más que un simple objeto.
El autor nos otorga dos maneras
de ver a la fotografía completamente diferentes, de manera expresiva y de
manera crítica. De hecho inicia su investigación (la cual comienza desde lo que
mejor conoce, desde imágenes que está seguro que existen y que lo hacen sentir
algo más al observar), ya que siente una incomodidad por estar siempre dividido
entre estas dos maneras.
Su investigación inicia con la
clasificación de la imagen. Nos dice que la fotografía puede ser clasificada de
diferentes maneras, de manera empírica,
retorica, estética etc., pero aun así nos encontramos con un desorden increíble
al relacionarla con uno mismo, a nivel de cuerpo. Ya que esta captura un
momento que solo una vez será el mismo. También es un objeto que exige momentos
de reflexión al entender que no habrá nunca imagen sino tenemos a alguien o
algo que fotografiar. Otra manera de
clasificarla seria de tres practicas, la de hacer, experimentar y mirar.
Barthes se da a la tarea de
dividir los dos procesos de la fotografía, el proceso que conlleva un orden
químico y el proceso del orden físico. Aunque la fotografía sigue estando
contemplada cerca de la pintura, ya que ambas siguen siendo la figuración de un
objeto que tiene movilidad, el cree que los creadores de la fotografía no
fueron los pintores, sino los químicos.
Nos introduce a las palabras, operator, spectator y spectrum. El operator es el fotógrafo, el
spectator somos todos los demás que
observamos a la imagen y el spectrum es
todo aquello que es fotografiado.
Fotografía de Lewis Hine.
Se podría decir que el spectrum aporta un show para que la
imagen sea más atractiva, nos cuenta el autor como es que la pose del sujeto
cambia y se trasforma ya que inicia una
angustia interna porque una imagen esta por nacer y esta tal vez no refleje en
realidad la esencia del individuo. Pero ahí es donde llegamos a una de las
tantas contradicciones de la imagen, ya que queremos que la imagen capte quien
en realidad somos pero a su vez montamos una pose falsa. Y entra también un
conflicto de apropiación de la imagen del sujeto, se cuestiona si esta
pertenece al fotógrafo o al sujeto.
Uno de los planteamientos que más
me llama la atención del libro es cómo es que la imagen solo lograra cambiar la
muerte. Puede ser la muerte del individuo en el momento que el disparador es
presionado, o puede capturar al individuo y animarlo incluso después de su
muerte.
Y es que la imagen es una
animación, las que en verdad nos gustan no necesitan plantear sus valores
técnicos, nos hacen desear los objetos en la imagen, ellas nos animan y
nosotros a ellas.
Y así es como llegamos al studium y al punctum. El studium sucede cuando nos gusta algo ya
sea de manera general o por alguna situación vivencial y en la mayoría de los
casos esta codificado. El punctum puede ser un sinónimo de entrega a la
imagen, tiene como característica una fuerza de expansión que sale de la imagen
para flecharte, rápida y sigilosa esperando a atacarte como una fiera, es un
complemento de la imagen, que ya viene con la imagen. También puede ser
considerado como una paradoja ya que puede ser algo que te agrade y te disguste
al mismo tiempo. En ocasiones el fotógrafo
no elije cual es el punctum de su
imagen. Como sea que este punctum se
logre, existe una inmovilidad viviente que está a merced de algún detalle de la
imagen.
Una imagen que llame la atención,
debe de ser una imagen cuyo sujeto atraiga e invite a tocar, habitar, etc. Ay veces en el que el punctum y el studium no
se unen pero eso no significa que la imagen no sea agradable.
Muy pocas veces sucede un choque fotográfico, momento en el cual
la cámara es disparada para así fotografiar algún aspecto o momento que refleja
cosas del sujeto que ni este sepa que lo tenga dentro. Así el fotógrafo buscara
capturar diferentes cuestiones para hacer a la imagen más atractiva, puede ser
lo raro, la proeza de estar en el lugar, el uso de la técnica y la del hallazgo.
Ya que la fotografía por lo general tiende
a ser generalizada. A las imágenes que trasforman la realidad para así generar unificaciones,
el autor las llama fotos urinarias.
Una de las anécdotas del autor es
la experiencia que tiene al encontrarse con fotos de su madre después de su
muerte. Dentro de todas las imágenes no podía encontrar una que le dijera quien
era ella en verdad, en esencia y como la recordaba. Y así fue como pensó que no
solo debía ver a la imagen con el gusto, debía de verla con los sentimientos de
amor y de muerte.
Esto lo llevo a responder a la
trivialidad y a la singularidad. Para ver a una imagen debía de observarlas con
ambas voces internas.
Fotografía de William Klein.
La imagen nunca mentira cuando se
trata de hablar de lo existente. Debe de ser real para poder obtener una
realidad y un pasado. La pose del sujeto ayuda bastante a que esto siga,
siempre atestigua que el objeto ha sido real, de que ha sido o no.
Existe otro tipo de punctum diferente al antes mencionado,
este no depende de aquel detalle de la imagen que te golpea, sino de la
intensidad en la que la foto refleja.
Lo que la fotografía puede
reflejar del ser, el autor lo llama aire.
Este da al sujeto, por no encontrar una mejor palabra, aura, sin la cual el sujeto solo sería un cuerpo estéril. Cuando se
logra capturar esto, la imagen no solo te permite observarla sino que también
te hará creer que te observa.
Barthes al terminar el libro plantea
dos maneras de lograr que la fotografía siente cabeza, nos explica que solo existen
dos maneras de lograr que esto suceda. En la primera, es necesario convertirla
en arte o bien generalizarla completamente para que no existan otras imágenes con
la cuales se pueda comparar su demencia.
Tal como los últimos autores leídos
y las últimas platicas en clase en autor concluye estableciendo que vivimos bajo
un mundo generalizado e imaginario, en el cual la imagen crea nada más que
falsedad.